Porque hay veces que la vida se difumina. Son esos momentos en los que tenemos la ilusión de llevar las riendas de nuestro destino, cuando estamos seguros de que conseguiremos nuestros objetivos porque hemos seguido nuestro plan al pie de la letra, punto por punto. Es justo en el momento en el que crees que has conseguido tu objetivo cuando los límites se vuelven borrosos y ves que una miriada de posibilidades vuelve a abrirse delante de ti.
Y la vida se difumina, se vuelve humo y resulta difícil atraparla. Resulta complejo enredarla, entrelazarla, amarrarla... No es posible asirla para tenerla bajo control, no cuando ha empezado a ser un mero sueño, un espejismo, o tal vez un deseo. La vida es sueño, decía Unamuno en su nívola, y no sabemos si vivimos o soñamos, si vivimos porque soñamos o soñamos porque vivimos, si somos el sueño vívido de otro o nuestros sueños marcan el destino de sus protagonistas.
Yo, sin creer en el destino, siento que mis actos se deslizan por railes previamente planificados. Yo, sin creer en el azar, me descubro deseando casualidades que me lleven al fin perseguido. Yo, sin creer en una fuerza divina protectora, me aferro a la tan manida frase "Dios aprieta pero no ahoga" que escuché tantas veces de niña. Yo, que creo en el trabajo, en el esfuerzo y en las decisiones correctas para trazar el propio camino, me siento en una verde pradera, junto a un melodioso río, bajo un sol cálido, y me dejo llevar.
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2 comentarios:
Te devuelvo la visita Survi.
Me gusta tu caos ordenado y la forma en que te expresas.
Volveré.
Un beso.
vuelve cuando quieras.
aquí estamos!
bss
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