viernes, 30 de octubre de 2009

Cambio climático

La mujer miraba por la ventana, tratando de descifrar el extraño comportamiento de los pájaros.

El marido observaba con el ceño fruncido las flores del calabacín.

El calendario, iluminado por el sol radiente, marcaba un 15 de noviembre.

El hijo, a la hora de la cena preguntó ¿Papá? ¿Mamá? ¿Este año no vamos a tener otoño? mientras la hija tenía los ojos anegados clavados en el dibujo del plato.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Dinámica de sistemas

¿En qué afecta a un sistema cerrado e hiperestable el que miles de personas se manifiesten, se recojan firmas en contra de algo o se boicotee una medida determinada?
Creo que en nada. Hay que introducir un nuevo elemento en el sistema para producir perturbaciones, generar variables y alternativas y que el tiempo asiente a la más beneficiosa eliminando a las otras. El problema que ese nuevo elemento estamos demasiado ocupados en nuestra propio autoser.

Reflexiones después de llevar muchoooooo rato en el labo.

viernes, 16 de octubre de 2009

Opciones vitales

Aquel día ni siquiera pude levantarme de la cama. La habitación había encogido tanto que al tratar de incorporarme sólo pude doblarme en un ángulo de 45º. Tumbada boca arriba, sintiendo deslizarse el techo hacia mi, valoré mis opciones: morir engullida por la habitación que me había criado o malvivir independizándome. El instinto de supervivencia se impuso. Me volteé y me arrastré sobre la cama, que era el nuevo suelo del cuarto, impulsándome con manos y rodillas. Cuando alcancé la fina rendija en que se había convertido la puerta, y la mitad superior de mi cuerpo ya había conseguido cruzar el umbral, me dí cuenta que al otro lado sólo había nada. Gracias a mis temores infundados, la puerta terminó de estrecharse atrapándome. Quedé suspendida entre la incertidumbre del futuro y el agobio del pasado. Así llevo 10 años.

miércoles, 7 de octubre de 2009

LA CIENCIA EN ESPAÑA NO NECESITA TIJERAS...

Siempre escuchamos en los medios que si España quiere convertirse en una potencia mundial o salir de la crisis o aumentar el nivel de vida de sus ciudadanos tiene que invertir en investigación, desarrollo e innovación. Esto es, tiene que invertir en ciencia. Y España invierte en ciencia, cuando sobra, como si fuera un capricho de los científicos, esos locos que viven alejados del mundo.
Sin embargo, gracias a los descubrimientos que no ocupan más de 30 segundos en las noticias, realizados por científicos, tenemos tele, podemos volar, tenemos medicinas, podemos diagnosticar enfermedades rápidamente, podemos aprovechar la energía solar, y la hidraúlica y la nuclear, tenemos ropa elástica, podemos comprar confiando en la seguridad de los alimentos, tenemos móviles, podemos disfrutar de entornos naturales, podemos, tenemos, podemos... Y lo que nos estamos jugando al no invertir en ciencia, no es que no se sigan desarrollando estos avances, porque el conocimiento será generado por otros, por científicos que trabajen en el país que sea. La ciencia avanzará en el mundo aunque España elimine completamente el presupuesto de investigación.
Lo que nos estamos jugando es nuestra independencia y madurez, nuestra capacidad de tomar decisiones, nuestro papel en la construcción del futuro (aunque sea como espectador, pero sabiendo lo que ve). Porque no es lo mismo utilizar y manejar algo que has desarrollado tú (o en has estado estudiando su desarrollo artículo a artículo o que maneja un lenguaje que controlas) que usar algo que han inventado ellos. Estamos dejando nuestro futuro, no el individual, porque los científicos que quieran hacer ciencia se irán o ejercerán aquí como voluntarios, sino el futuro de esta heterogénea nación en manos del mejor postor o el mejor vendedor, perdón negociador.

La idea nació aquí

jueves, 1 de octubre de 2009

Cartas marruecas 1973. De José Cadalso 1741-1782.

Si alguien me dice que lo escribieron ayer, me lo creo.

De Gazel a Ben-Beley
El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas las de pane lucrando que son las únicas que dan de comer.
Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato que si hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete silogismos seguidos sobre si los cielos son fluidos o sólidos.
Hablando pocos días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le oí esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto excelente en matemáticas: «Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas, como matemáticas, lenguas orientales, física, derecho de gentes y otras semejantes».
Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no harían? Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más estímulo; pero no hay protectores.
Tan persuadido está mi amigo de esta verdad, que hablando de esto me dijo:
«En otros tiempos, allá cuando me imaginaba que era útil y glorioso dejar fama en el mundo, trabajé una obra sobre varias partes de la literatura que había cultivado, aunque con más amor que buen suceso. Quise que saliese bajo la sombra de algún poderoso, como es natural a todo autor principiante. Oí a un magnate decir que todos los autores eran locos; a otro, que las dedicatorias eran estafas; a otro, que renegaba del que inventó el papel; otro se burlaba de los hombres que se imaginaban saber algo; otro me insinuó que la obra que le sería más acepta, sería la letra de una tonadilla; otro me dijo que me viera con un criado suyo para tratar esta materia; otro ni me quiso hablar; otro ni me quiso responder; otro ni quiso escucharme; y de resultas de todo esto, tomé la determinación de dedicar el fruto de mis desvelos al mozo que traía el agua a casa. Su nombre era Domingo, su patria Galicia, su oficio ya está dicho: conque recogí todos estos preciosos materiales para formar la dedicatoria de esta obra».
Y al decir estas palabras, sacó de la cartera unos cuadernillos, púsose los anteojos, acercose a la luz y, después de haber ojeado, empezó a leer: «Dedicatoria a Domingo de Domingos, aguador decano de la fuente del Ave María». Detúvose mi amigo un poco, y me dijo: -¡Mira qué Mecenas! Prosiguió leyendo:
«Buen Domingo, arquea las cejas; ponte grave; tose; gargajea; toma un polvo con gravedad; bosteza con estrépito; tiéndete sobre este banco; empieza a roncar, mientras leo esta mi muy humilde, muy sincera y muy justa dedicatoria. ¿Qué? Te ríes y me dices que eres un pobre aguador, tonto, plebeyo y, por tanto, sujeto poco apto para proteger obras y autores. ¿Pues qué? ¿Te parece que para ser un Mecenas es preciso ser noble, rico y sabio? Mira, buen Domingo, a falta de otros tú eres excelente. ¿Quién me quitará que te llame, si quiero, más noble que Eneas, más guerrero que Alejandro, más rico que Creso, más hermoso que Narciso, más sabio que los siete de Grecia, y todos los mases que me vengan a la pluma? Nadie me lo puede impedir, sino la verdad; y ésta, has de saber que no ata las manos a los escritores, antes suelen ellos atacarla a ella, y cortarla las piernas, y sacarla los ojos, y taparla la boca. Admite, pues, este obsequio literario: sepa la posteridad que Domingo de Domingos, de inmemorial genealogía, aguador de las más famosas fuentes de Madrid, ha sido, es y será el único patrón, protector y favorecedor de esta obra.
«¡Generaciones futuras!, ¡familias de venideros siglos!, ¡gentes extrañas!, ¡naciones no conocidas!, ¡mundos aún no descubiertos! Venerad esta obra, no por su mérito, harto pequeño y trivial, sino por el sublime, ilustre, excelente, egregio, encumbrado y nunca bastantemente aplaudido nombre y título de mi Mecenas.
»¡Tú, monstruo horrendo, envidia, furia tan bien pintada por Ovidio, que sólo está mejor retratada en la cara de algunos amigos míos! Muerde con tus mismos negros dientes tus maldicientes y rabiosos labios, y tu ponzoñosa y escandalosa lengua; vuelva a tu pecho infernal la envenenada saliva que iba a dar horrorosos movimientos a tu maldiciente boca, más horrenda que la del infierno, pues ésta sólo es temible a los malvados y la tuya aún lo es más a los buenos.
»Perdona, Domingo, esta bocanada de cosas, que me inspira la alta dicha de tu favor. Pero ¿quién en la rueda de la fortuna no se envanece en lo alto de ella? ¿Quién no se hincha con el soplo lisonjero de la suerte? ¿Quién desde la cumbre de la prosperidad no se juzga superior a los que poco antes se hallaban en el mismo horizonte? Tú, tú mismo, a quien contemplo mayor que muchos héroes de los que no son aguadores, ¿no te sientes el corazón lleno de una noble presunción cuando llegas con tu cántaro a la fuente y todos te hacen lugar? ¡Con qué generoso fuego he visto brillar tus ojos cuando recibes este obsequio de tus compañeros, compañeros dignísimos, obsequio que tanto mereces por tus canas nacidas en subir y bajar las escaleras de mi casa y otras! ¡Ay de aquel que se resistiera! ¡Qué cantarazo llevara! Si todos se te rebelaran, a todos aterrarías con tu cántaro y puño, como Júpiter a los Gigantes con sus rayos y centellas. A los filósofos parecería exceso ridículo de orgullo esta amenaza (y la de otros héroes de esta clase); pero ¿quiénes son los filósofos? Unos hombres rectos y amantes de las ciencias, que quisieron hacer a todos los hombres odiar las necedades; que tienen la lengua unísona con el corazón y otras ridiculeces semejantes. Vuélvanse, pues, los filósofos a sus guardillas, y dejen rodar la bola del mundo por esos aires de Dios, de modo que a fuerza de dar vueltas se desvanezcan las pocas cabezas que aún se mantienen firmes y todo el mundo se convierta en un espacioso hospital de locos».


Cartas marruecas 1973. De José Cadalso 1741-1782.