Sube y baja. Sube y baja. Sube y baja. Subir y bajar. Arriba y abajo. Ñiii. Ñiii. Ñiii. Ñiii. Monótono. Aburrido. Repetitivo hasta el extremo. Se sucedían los mismos movimientos, idénticos chirrídos, similares expresiones de júbilo y sorpresa, y calcados diálogos, en un bucle largo e interminable.
Al hombre del sombrero marrón aquella escena le hastiaba. Como observador, sólo era consciente de la pérdida de significado de aquellos gestos y emociones repetidas de forma contínua e infinita. Aquel hombre, que sostenía un periódico sentado en el único banco del parque, no podía apartar la vista de aquella constancia aberrante. No le gustaba la escena. De hecho no entendía el juego: dos niños menudos en un columpio, cuyo único propósito era subir y bajar, subir y bajar,...
Pero pese a todo seguía mirando el monótono vaivén, embelesado. Arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Miraba las caras resplandecientes de los niños. Arriba y abajo. Escuchaba las exclamaciones de inocente júbilo. Arriba y abajo. Sentía la boba diversión de aquel juego soso y estúpido. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Y como si su mente hubiera sido apresada por un hipnotista, como si sus sentidos y acciones le hubieran sido arrebatados, una genuina sonrisa de satisfacción suavizó sus facciones, independientemente de su mente. Al marge de sus ideas. Allí estaba. Iluminando, radiante, la tranquila tarde de otoño.
viernes, 21 de noviembre de 2008
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