Últimamente he llegado a la conclusión de que somos personas estériles y que no transmitimos enfermedades gracias a nuestra falta de higiene, tal y como Mary Mallon pensaba. Esa buena mujer era cocinera en el Nueva York de 1900. Conoció multitud de hogares porque inexplicablemente, la gente a la que servía contraían repentinamente la fiebre tifoidea. Las autoridades sanitarias relacionaron este hecho con la presencia de Mary en la casa y la condenaron a una cuarentena de tres años, tras los cuales, se le prohibió volver a trabajar de cocinera. Pero Mary no creía en la transmisión de enfermedades "infecciosas", ni había oído hablar de los Sistemas de Calidad, así que se cambió el apellido y volvió a cocinar en diferentes hogares, aliñando cada guiso con Salmonella tiphy. Las autoridades la pillaron después de otros veintitantos casos de fiebres tifoideas y la condenaron a una cuarentena perpetua. La buena mujer murió finalmente, pero de neumonía, por lo que seguramente en su lecho de muerte todavía se preguntaba por qué no la dejaban cocinar.
Realmente, el caso es bastante explicable, y las autoridades sanitarias tomaron una buena decisión apartando a Mary de la cocina, porque ella era un Portador Asintomático, es decir, alguien que tiene el microorganismo patógeno, pero no desarrolla la enfermedad, aunque es capaz de transmitirla. De hecho, la transmiten más que un enfermo, porque a los enfermos tendemos a aislarlos y/o curarlos.
Pero, ¿por qué os he contado esta anécdota de la epidemiología? Porque el otro día conocí a un descentiente de Mary Mallon (casi seguro), que trabaja en una hamburguesería. No le hice ningún análisis microbiológico, pero la observé. Fue quien me tomó el pedido, tecleó el pedido en la máquina y me cobró, a mí y a otros cuantos por lo que hubo (seguro) intercambió de microorganismos. Y después, fue a la cocina y me preparó la hamburguesa sin lavarse previamente las manos ni ponerse guantes. Y si sólo hubiese tocado la carne, no habría tenido más importancia, porque ésta se calienta, pero puso también la lechuga y el pan, que no se someten a ningún tratamiento higienizante, antes de engullirla.
¿Y que hice yo? Miré hacia otro lado y deseé con todas mis fuerzas que no estuviese de moda tener abierta la cocina, para que todo el mundo vea lo natural del proceso. Y entonces decidí que todos somos estériles, me hice del club de Mary y me comí la hamburguesa lo más tranquila que pude.
(Foto: periódico de 1909, de EEUU)
jueves, 24 de julio de 2008
martes, 15 de julio de 2008
7ª Clásica al Cerro del Telégrafo
El sábado 12 de Julio de 2008, 7 intrépidos aventureros y su mascota monil, subieron al cerro del telégrafo en la 7ª Clásica Nocturna al Cerro del Telégrafo. Por petición popular, se planeó una ascensión por la zona con menos pendiente pero cuando los montañeros se dispusieron a comenzar la subida todo se trastocó. Eligiendo una senda errónea y atravesando un apestoso claro de basura, llegaron a una fiestecilla privada a la que por fortuna no se unieron(pues el coche era demasiado pequeño). Tras consultar a las estrellas, el guía y mentor del grupo, rectificó la ruta. Pero en esta ocasión, por no ascender por el peligroso cortafuegos, eligieron un sendero diluido por el tiempo y la lluvia. A los pocos metros, se toparon con los guardianes vacunos del camino, que consiguieron desorientar a los jóvenes valientes, quienes erraron la ruta iniciando un arduo ascenso. Cada vez el camino era menos camino, pero los excursionistas, cegados con el brillo de la gloria y el honor de la coronación, escalaron la montaña con sus manos desnudas. Hubo momnetos en los que se perfilaba un engañoso sendero bordeado de helechos amistosos, pero la ilusión duraba unas cuantas zancadas que llevaban a los intrépidos, a pequeños claros rodeados de espinosas zarzas que trataban por todos los medios de arañar su piel desnuda.
Sin temor a los peligros que observaban con sus ojos, se sentaron en el borde de la pared vertical por la que acababan de ascender para decidir que la única alternativa era seguir subiendo hasta llegar a la cima. Cansados, pero habiendo apagado la sed, subieron los cientos de metros que les separaban de un oscuro bosque de pinos habitado por los temibles vampiros de villalba. Inmunizados contra el miedo, los aventureros siguieron avanzando pues sabían que se encontraban en la ruta correcta. Efectivamente, al poco vieron la gran Torre Blanca, alzándose frente a ellos, de la que sólo estaban separados por una verja metálica que como respetuosos ciudadanos se vieron obligados a vadear.
Los siete se detuvieron unos segundos, en pie, ante la Torre, antes de comenzar a explorar el lugar, como tantos otros años. Subieron y bajaron. Entraron o no.
Creyéndose ya libres de todo peligro, los valientes se sentaron en una piedra (que no La Piedra) a celebrar el banquete de la victoria, pero se desató un frío polar que amenzaba con helar la sangre de nuestros protagonistas. La misión no estaba finalizada, así que venciendo la inminente hipotermia comenzaron a instalar el equipo fotográfico y posaron junto con hechizos de luces y colores. Parte del grupo, expertos en supervivencia en condiciones extremas, consiguieron leña seca y prendieron una fogata en el otro extremo del campamento. Creyeron que con eso les bastaría para terminar la misión, pero se equivocaron cuando vieron el reloj. Se acercaba el amanecer y debían haber bajado del cerro antes de que el sol se hubiese asomado. Así que recogieron grácilmente los bártulos. Afortunadamente, los hados recompensaron todas sus penalidades, pues esta vez el sendero de tierra apisonada se fue abriendo ante sus ojos mientras descendían de la 7ª Clásica Nocturna al Cerro del Telégrafo.
miércoles, 9 de julio de 2008
La condena
El Muro dividía el salón. El Muro dividía la cocina. El Muro incluso dividía la cama. Era un muro denso, de malas ideas y sospechas infundadas, cimentado sobre desconfianza y falta de sinceridad, cuya argamasa era el no-diálogo. El pequeño apartamento de dos habitaciones se había transformado en un inmenso palacete con 4 habitaciones, 2 salones y 2 cocinas, tan grande que los moradores apenas se veían.
El Muro crecía cada día y se extendía tapiando puertas y ventanas. Esto se tradujo en una sensación de agobio, al principio, y en cadena perpetua, al final. En aquella casa había quedado presa una pareja: dos ex-amantes, dos ex-amigos, dos ex-compañeros. Ambos se habían autoinculpado y autojuzgado, autosentenciándose a pasar el resto de sus días atrapados en una relación muerta. Ante el jurado de su conciencia se sentían culpables de dejar apagar la llama del amor. Cada uno de ellos había depositado la sentencia bajo secreto de sumario en lo más profundo de su alma, bajo múltiples capas de rencor y autocompasión, de forma que la contraparte no pudiese leerla y, por tanto, no pudiese alegar nada para reducir la pena.
El Muro crecía cada día y se extendía tapiando puertas y ventanas. Esto se tradujo en una sensación de agobio, al principio, y en cadena perpetua, al final. En aquella casa había quedado presa una pareja: dos ex-amantes, dos ex-amigos, dos ex-compañeros. Ambos se habían autoinculpado y autojuzgado, autosentenciándose a pasar el resto de sus días atrapados en una relación muerta. Ante el jurado de su conciencia se sentían culpables de dejar apagar la llama del amor. Cada uno de ellos había depositado la sentencia bajo secreto de sumario en lo más profundo de su alma, bajo múltiples capas de rencor y autocompasión, de forma que la contraparte no pudiese leerla y, por tanto, no pudiese alegar nada para reducir la pena.
miércoles, 2 de julio de 2008
La pareja
Lucía subió a trompicones los cuatro escalones que separaban la acera de la puerta de su casa. Desde que doblara la esquina de su manzana, ha escuchado como sonaba el timbre inconfundible del teléfono fijo. La melodía se escapaba por la ventana abierta del salón, buscando a su dueña para que respondiera. Ambos sabían quien llamaba, y ninguno deseaba que se quedase como perdida. En el teléfono aparecía el dichoso apelativo de desconocido, por lo que no podía devolver la llamada, tenía que contestar.
Forcejeó con la cerradura para introducir la llave, como si en su ausencia alguien hubiera llamado a un cerrajero y la hubiesen cambiado. Tardó un timbrazo en abrir, desde el punto de vista de quien llamaba, y una hora para ella, quien tuvo que utilizar toda su sabiduría y experiencia en la apertura de la puerta blindada de su casa para que no se le partiera la llave. Sin saludar al gato, se lanzó hacia el terminal del teléfono que descansaba repiqueteante en su soporte junto a la ventana. Una mano golpeó un jarrón que rodó por el suelo, derramando parte del agua que refrescaba a las flores que terminaron cubriendo la alfombra de la abuela. La otra logró su objetivo. Agarró el aparato y se lo llevó a la oreja:
-Dígame-contestó en un resuello.
-¿No me digas que no llevas toda la tarde esperando esta llamada? ¿No me digas que has salido a dar una vuelta y se te ha pasado la hora?
La boca de Lucía se transformó en el desierto del Sahara y las rodillas comenzaron a golpearse la una a la otra; ¿cómo coño ha sabido...? pensó mientras caía, por suerte, sobre el cómodo sofá de cuero.
-¿Me...me vigilais?
-Tengo un recado para ti. Viene de Kij. Toma nota: En una hora, terminal 2 del aeropuerto. Es una pareja, caucásicos, rubios, ojos azules. No dejes que les ocurra nada.
-¿Algún dato más?
-Vienen de Estocolmo.
-¿Algo que los identifique?
-La maleta...
Pi-pi-pi-pi
Forcejeó con la cerradura para introducir la llave, como si en su ausencia alguien hubiera llamado a un cerrajero y la hubiesen cambiado. Tardó un timbrazo en abrir, desde el punto de vista de quien llamaba, y una hora para ella, quien tuvo que utilizar toda su sabiduría y experiencia en la apertura de la puerta blindada de su casa para que no se le partiera la llave. Sin saludar al gato, se lanzó hacia el terminal del teléfono que descansaba repiqueteante en su soporte junto a la ventana. Una mano golpeó un jarrón que rodó por el suelo, derramando parte del agua que refrescaba a las flores que terminaron cubriendo la alfombra de la abuela. La otra logró su objetivo. Agarró el aparato y se lo llevó a la oreja:
-Dígame-contestó en un resuello.
-¿No me digas que no llevas toda la tarde esperando esta llamada? ¿No me digas que has salido a dar una vuelta y se te ha pasado la hora?
La boca de Lucía se transformó en el desierto del Sahara y las rodillas comenzaron a golpearse la una a la otra; ¿cómo coño ha sabido...? pensó mientras caía, por suerte, sobre el cómodo sofá de cuero.
-¿Me...me vigilais?
-Tengo un recado para ti. Viene de Kij. Toma nota: En una hora, terminal 2 del aeropuerto. Es una pareja, caucásicos, rubios, ojos azules. No dejes que les ocurra nada.
-¿Algún dato más?
-Vienen de Estocolmo.
-¿Algo que los identifique?
-La maleta...
Pi-pi-pi-pi
Suscribirse a:
Entradas (Atom)