viernes, 16 de octubre de 2009

Opciones vitales

Aquel día ni siquiera pude levantarme de la cama. La habitación había encogido tanto que al tratar de incorporarme sólo pude doblarme en un ángulo de 45º. Tumbada boca arriba, sintiendo deslizarse el techo hacia mi, valoré mis opciones: morir engullida por la habitación que me había criado o malvivir independizándome. El instinto de supervivencia se impuso. Me volteé y me arrastré sobre la cama, que era el nuevo suelo del cuarto, impulsándome con manos y rodillas. Cuando alcancé la fina rendija en que se había convertido la puerta, y la mitad superior de mi cuerpo ya había conseguido cruzar el umbral, me dí cuenta que al otro lado sólo había nada. Gracias a mis temores infundados, la puerta terminó de estrecharse atrapándome. Quedé suspendida entre la incertidumbre del futuro y el agobio del pasado. Así llevo 10 años.

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