miércoles, 19 de agosto de 2009

caracol, col, col

Había una vez un caracol. Este caracol no era un gasterópodo al uso, este gasterópodo era rosa, fucsia, que asombraba y admiraba a todos los niños que lo descubrían entre las altas y delgadas plantitas de cesped y las redonditas y punzantes hojas del rosal. Todos lanzaban un oh! de admiración ante la belleza de este molusco cuyo cuerpo baboso era rosa y su caparazón, en una obra maestra atribuible, casi, a Gaudí, en el que se mezclaban muchas tonalidades de rosa creando una maravillosa coraza caliza para sus órganos internos. Este coracol tenía noventa hermanos de la misma edad que él, y ni ellos ni ninguno de sus hermafroditas padres, era de su mismo color de piel. Él estaba orgullosísimo de su aspecto mutante, y por eso trataba siempre de que los humanos lo vieran y lo admirasen, pero también intentaba hacerlo desde lugares protegidos porque había oído muchas historias de desapariciones y secuestros.

Un día se expuso más de lo normal y una niña con coletas lo cogio. El caracol notó una extraña sensación en sus órganos internos y por primera vez en su vida se mareo. Cuando despertó, estaba en una jungla de hojas de variados sabores y colores pero sólo distinguió aquellas sobre las que solía arrastrarse. Él estaba eufórico, al fin era la estrella. La niña lo miraba incansablemente y lo mostraba orgullosa a todo aquel que se interesase mínimamente por el gasterópodo. El caracol, vanidoso, posaba para los curiosos, ahora sacando un cuerno, ahora los dos, ahora todo el cuerpo, arrastrándose hacia un extremo o hacia el otro según las exclamaciones apreciativas de quienes lo adulaban. Una mañana, la niña no apareció para llevarle de paseo en su preciosa pecera. Otro ser humano, le cambiaba el agua y la lechuga, pero aquella niña que presumiera de su molusco rosa, no se volvió a acercar a él hasta el día que dejó a su lado una ornamentada jaula con un ratón de lunares. A los días, aparcó junto a ellos una videoconsola última generación, y poco más tarde un disfraz de hada, y luego un... Con cada nuevo y sorprendente objeto/animal que la niña de pizpiretas coletas colocaba a su alrededor, el caracol sentía una punzada de añoranza hasta que, justo antes de secarse al sol, deseó la vida que despreció por “normal”.

2 comentarios:

Candela dijo...

Me ha gustado, fantasma científica.
Me ha dado un poquito de pena el caracol, aunque, por principios, a mí no me dan pena los animales que disfrutan de sexo hermafrodita.
Solo a tí se te ocurre poner en un relato sobre caracoles la palabra gasterópodo. Sí, ya sé que es un gasterópodo, ya se...

Besos, guapa.

PAA dijo...

Bueno, yo lo llamo aprendizaje subliminal...
Y aunque sea hermafrodita, este nunca tuvo la oportunidad de disfrutarlo

Besos