Tu sudor se desliza por la curva de mi cadera hasta nuestros ombligos, con un breve cosquilleo que me hacía temblar...
La luz se coslaba por las rendijas de la persiana, desencajada, que caía de cualquier manera sobre el alfeizar...
Tus ojos inquietos encontraban estímulo en cualquier detalle y mis ojos ansiosos no eran capaces de barcar aquella pequeña habitación de 6 metros cuadrados...
Fuera, en el jardín, un grupo de abandonados periquitos clamaban en un canto maestral entonado en nuestro honor...
Dentro, en el cuarto, la música provenía de nuestros alientos mezclados y las sonrisas que nos dedicabamos, ahora amorosas, ahora traviesas, ahora sensuales, ahora cariñosas, ahora...
Las manecillas, detenidas, de ese viejo reloj, nos apuraban a detenernos y exprimir los segundos que no podríamos agotar, que seguirían en nosotros, siempre, durante el rato eterno, en el que nuestras manos permanecieran entrelazadas, como en aquella tarde de junio...
miércoles, 17 de septiembre de 2008
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