Mira el cielo. Es azul. Azul claro. Mírate ahora, mar. Eres azul. Azul oscuro. ¿cuál es más hermoso?
Ese es mi dilema. Tú eres el mar: calmado, pero peligroso, profundo, guardián de un gran secreto. Y deseo irremediablemente ahogarme en ti. Él es el cielo, abierto, sincero, sin complejos, y me encanta sentirme libre en sus dominios, me encanta sentirme yo. Pero en el cielo hay tormentas, huracanes, cúmulos nubosos que me desestabilizan el vuelo. Por el momento los he capeado con más o menos arte, cayendo una y otra vez.
Tú eres el mar, hipnótico, calmado en la superficie, que me llama. Y sin haberlas vivido, sé que en ti hay mareas, que pueden llegar a alcanzar la intensidad de un maremoto.
Y hoy, quiero ahogarme, me gustaría llegar a tu playa y entregarme a ti. Sin embargo el motivo no es sincero, lo deseo porque me asustan los vientos huracanados que anuncian los meteorólogos. Intuyendo que moriré en ti, el temor es menor que la certeza de las daños de un mal aire.
La opción lógica, la que no he valorado por un instante, permanecer aferrada en la tierra me resulta agonizante. Peor que los bandazos aéreos, peor que la muerte salada. Pese a ser una campesina asustada, necesito volar o nadar para sentirme.
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