Uno se toma rápido, sin pensar, en un acto de locura, aliñado con sal y limón. Siempre provoca un escalofrío por la espina dorsal cuando atraviesa tu garganta.
El otro se toma con calma, primero oliendo, luego bebiendo despacio, hasta que el sabor inunda toda la boca. Tragando con dolor de que desaparezca el placer.
Ambos te embriagan y te desinhiben. Aunque de uno puedas beber mayor cantidad que del otro, el resulatdo es el mismo, acabas borracha.
Y a la mañana siguiente el vacío, el síndrome de abstinencia, es el mismo. Siendo lo peor, siempre, la sed de más.
martes, 14 de septiembre de 2010
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